Volumen 5, Numero 115
21 de enero de 2005

El que se escapó

Estimados Amigos,

Una vez, hace muchos años en un sábado por la mañana, me fui en mi bicicleta a explorar el vecindario adonde vivía. En ese tiempo vivíamos en Lahore, Pakistan en el área residencial de clase media-alta de Gulbarg, a la vuelta de un campamento de refugiados. En ese entonces tenía 12 o talvez 13 años y estaba lleno de energía e inocencia juvenil. Nuestra casa, un asunto un tanto majestuoso tenía un jardín formal adelante y en la parte de atrás de la casa, se encontraba el área de servicio cerrado por un muro, era una de más o menos doce casas que se encontraban a lo largo de una linda calle de tierra con árboles sembrados en ambos lados de la calle y ésta llegaba hasta el canal. Al inicio de la calle se encontraba el campamento de refugiados que tenía pequeñas casuchas dispersas alrededor  de los límites de un área común adonde los muchachos jugaban críquet y los búfalos de agua pasteaban pacíficamente. Un enorme árbol de sombra dominaba la entrada, dividiendo nuestra calle del campamento. Al pie del árbol había un taller de reparación de bicicletas, que era un lugar de perpetua actividad y de chismorreo de vecinos, similar a una colmena de abejas. Mi ruta normal hacia el colegio me llevaba por nuestra calle de tierra, a la izquierda hacia el taller de reparación y luego a la carretera pavimentada que pasaba a través de la ciudad de Gulbarg. Pero ese día, tome la calle a la derecha.  

En Pakistán, como en todos los países musulmanes, los mendigos se encuentran casi en todas partes. Esto es un impacto para los americanos recién llegados; de hecho, por lo general es más difícil ajustarse a los mendigos que a cualquier otra característica de la vida en Pakistán — más difícil que la pobreza, más difícil que los olores, y aún más difícil que el calor, las moscas, las lagartijas y las comidas exóticas. Sin embargo, darles dinero a los mendigos es sagrado en el Islam y conocer este hecho es esencial para cada extranjero. Cuando un americano es visto rehusando a un mendigo y espantándolo, se entiende como una señal de vacío espiritual dentro del americano, no como una humillación al mendigo. Yo no había asimilado esta lección todavía y aún estaba en esa etapa torpe de vergüenza siempre que me enfrentaba a una mano extendida.

Alipsha 98, por Phil Borges
Zarim 65+, by Phil Borges

De repente apareció un viejo, sus cejas de un blanco brillante y su barba blanca acentuando su arrugada cara de color moreno. Llevaba sobre sus espaldas, una carga pesada de leña y sus sandalias estaban rotas. Caminó hacia mi, el niño rico Americano, estiró una mano vieja y murmuró un ruego formuláico en Punjabi. Diferente a mi experiencia con tantos otros mendigos, inmediatamente sentí una necesidad profunda y crítica, posiblemente hambre de muchos días. Le vi a los ojos mientras él se paraba erguido y me miró a los ojos. Algo conectó  entre nosotros sin embargo me sentí confundido por esta sensación no familiar. Me encogí de hombros y me negué con la cabeza, mientras que dentro de mí me preguntaba que estaba sucediendo. Él se volteó y luego dijo,  "Na, na, na," comentario que entendí tan claramente que si me lo hubiese dicho en inglés, "Naturalmente que no, tú únicamente eres americano, que sabes tú de tener hambre".

Ese día, me fui en mi bicicleta alrededor del árbol y a la derecha, diciendo adiós a  unos muchachos de mi edad que estaban arreglando las llantas pinchadas, bajo aquella fresca sombra. Me aventuré por unas callecitas secundarias y llegué a una pequeña intersección.  Viendo hacia el cruce, sentí que de repente me había ido cien años al pasado.  No se veía un solo carro ni motocicleta, únicamente campesinos cargando enormes cargas sobre sus cabezas y muy pocos iban en bicicleta.  Las casas que se encontraban a lo largo de la calle eran pequeñas y sucias y todos parecían estar vestidos con harapos. Me detuve y me quedé viendo sorprendido, impresionado por haber encontrado una escena así dentro de la ciudad en auge de Lahore. Viendo hacia atrás ahora, me doy cuenta que tropecé con el pequeño viejo pueblo de Gulbarg, escondido en un pequeño rincón dentro de la moderna subdivisión que había crecido alrededor de él y se había convertido en un suburbio de la metrópolis de Lahore.

Por un momento me quedé petrificado, y no veía nada, luego me di cuenta que el viejito se había ido. No podía hacer nada excepto irme de regreso a casa. Su cara y sus palabras me han perseguido desde entonces.  Realmente era un hombre necesitado y lo había sentido tan claramente como si hubiese sido yo, pero dejé ir el momento. Esa noche me prometí que jamás volvería a suceder.

Poco a poco a lo largo de los años, he aprendido algunas cosas acerca del dolor y sufrimiento humano. Me he quedado viendo el cuerpo inerte de mi mejor amigo, asesinado violentamente por una antorcha de un incendiario. He pasado muchas horas a la media noche ayudándoles a jóvenes que estaban alucinando con LSD a reconectarse con la realidad y volver a encontrar un lugar en el mundo. Tengo amigos en las cárceles y en instituciones mentales y amigos que viven sus vidas en prisiones mentales, sufriendo torturas invisibles de total pánico y desesperación percibiendo más dolor psíquico en una noche de lo que la mayoría siente durante toda una vida. Conozco a varias almas valientes que viven con seres divididos dentro de un solo cuerpo para quienes la "memoria" y "el ser" son conceptos más fugaces de lo que muchas personas pueden imaginarse siquiera. Y a través de todo esto, con cada persona que he conocido en toda mi vida, encuentro una conexión que me recuerda a mis días de juventud, con el que se me fue, aquel viejo mendigo en Pakistán.  

Algunas personas dicen que encuentran la voz de Dios en las sagradas escrituras, o personificadas en la voz de las autoridades religiosas, o talvez en aquella "pequeña voz callada que viene desde muy adentro", accesible únicamente a través de la meditación y plegarias. Para mi,  es diferente.  Mis momentos espirituales llegan en aquellos momentos de descubrimiento, cuando conecto con otro ser humano. En ese momento Dios me habla y no como un murmullo, sino que como el rugido de un riachuelo, arrastrándonos irresistiblemente hacia una experiencia compartida desconocida, apenas a la vuelta de la esquina.  A veces, es un gesto curioso, otras, una mirada escondida o una forma peculiar de una frase, pero siempre llega un momento cuando estoy cara a cara con un nuevo conocido, que se abre todo un mundo de presencia e individualismo y claramente veo como que estuviera a plena luz de día, la forma y sustancia de un alma humana. Veo la fachada  del adulto valiente  que se presenta ante el mundo, veo a un niño jugando y veo al adolescente confundido y al bebé llorando. Una parte de mi extiende la mano y reconoce a todos y a cada uno y comienza un nuevo flujo en ambas vías que nutre mi alma y comienza una nueva amistad.

"¿Cómo es que la vida puede tener significado si está tan llena de sufrimiento?" Esta es una vieja pregunta, que he tenido que afrontar muchas veces. Algunas personas la dicen de manera más antigua, preguntando "¿Cómo puede haber un Dios cuando la vida está tan llena de sufrimiento?". No hay contestaciones verbales o simbólicas, no hay palabras escritas, fórmulas matemáticas que jamás puedan contestar esta pregunta adecuadamente. Lo que sí se, es cómo se puede perder el significado de la vida: si llegara a perder la conciencia de aquel río subterráneo de ambas vías que fluye entre nosotros, entonces el significado de nuestra vida compartida (y en el idioma antiguo, la gracia de Dios), se habrá apartado de mi camino.

Por lo tanto, yo creo que para que la vida tenga significado, se necesitan de al menos dos cosas: el vínculo entre madre e hijo, lo cual forma nuestra primera y más cálida expresión de conexión, y la experiencia de "aquel que se escapó", cuando primero nos encontramos con el sufrimiento de otro ser humano. Esta segunda experiencia es crucial porque apura los grandes ríos que fluyen entre los humanos solitarios, llevando significado y alegría a la vida.

Sinceramente, su amigo,

Loren Cobb


Traducido por Leonor M. Schoening, miembra de la American Translators Association.

Copyright © 2005 by Loren Cobb. Derechos reservados. Por este medio se autoriza la reproducción no-comercial.


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